Desde los comienzos de la escritura, es decir, desde los comienzos de la historia, el hombre ha añorado el paraíso.
Posiblemente, en la época del paraíso, el hombre recolector vivía, sin grandes preocupaciones, en armonía con el Universo.
Cuando, por razones que desconocemos, se rompe esta armonía, todos los factores instintivos de conservación, es decir, los factores que conlleva el instinto de supervivencia: el miedo, la ira, la agresividad, la ambición, etc., se avivan e intensifican en el individuo. El hombre, para defenderse, para sobrevivir, se hace gregario. Nace la noción de propiedad, de territorio.
El hombre deja de ser un ser natural más, que convive junto a los otros seres en el planeta, se transforma en el hombre reflexivo que conocemos. Aparece la consciencia, y también la conciencia, en el hombre. Ahora sabe lo que es el Mal, porque posiblemente ha experimentados momentos terribles, dificultades terribles para sobrevivir. Por lo tanto sabe cuando provoca sufrimiento, es decir, Mal, y cuando provoca felicidad, es decir, Bien.
Por esta posibilidad de la reflexión, el hombre es capaz de abstraerse, de verse a sí mismo desde fuera, de hacerse consciente de sí mismo. Nace el yo como referente de uno mismo.
Esto provoca un descentramiento: por un lado está el hombre; por el otro el Universo. El hombre se desvincula del Universo, hasta el punto en que no se reconoce como parte del mismo: el hombre “está” en el Universo, pero no “es” parte de ese Universo. Se pregunta: ¿Por qué estoy aquí?, y se responde que “alguien”, es decir, un Ser con las mismas características del hombre, un enorme “Yo”, crea todo, y lo crea a él, a el hombre “a su imagen y semejanza”. Obsérvese la imagen especular. ¡Todo un juego de espejos!
Es este enorme “Yo”, por encima del Bien y del Mal, quien lo ha creado, lo ha puesto en el paraíso con la misión de cuidar de éste, como un jardinero, y después, cuando el hombre toma conciencia del Mal, lo expulsa en un acto de cólera perfectamente humano.
Y el hombre, desvinculado de su razón de existir se pregunta: ¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí?, ¿Para qué estoy aquí? Y no es más que otra criatura más del planeta, un animal más, una bestia más.
La evidencia es negada, porque el hombre ha sido creado “a imagen y semejanza” de un Dios humanoide, y aunque, en sus estructuradas sociedades, se comporte como una bestia más, llevado por su instinto de supervivencia, no se reconoce como tal, porque Dios justifica aquellos actos. Y cuando unos humanos se imponen a otros, sometiéndolos a sus designios, (hablo de esclavitud, algo que no ha desaparecido del ámbito de lo humano), el vencedor es el elegido de Dios; es Dios quien ha decidido que sea así.
Es esta noción de la intervención divina, la que subyace en la explicación de todo el devenir histórico, hasta la aparición de las teorías marxistas. Lo que hace Marx es explicar la historia desde un punto de vista materialista: lo que mueve la historia es el capital, el dinero, y toda la historia puede entenderse aplicando este axioma. Así, la dialéctica de la historia puede ser explicada científicamente.
No es extraño que, aquella gente sojuzgada a ser siervos, por un poder que devenía de la divinidad, al contacto con estas ideas, que explicaban perfectamente el movimiento de la historia, y explicaban su propia posición en la escala social, se revelasen contra esa divinidad que los mantenía sojuzgados. De todas maneras, esto no explica la quema de iglesia que se produjo en España en el siglo XX. Debía también haber un odio enconado, contra una forma de coacción que los ataba en lo espiritual, es decir, en la posibilidad de pensar, de explicarse el mundo, al sometimiento de un poder emanado de la divinidad.
Basándose en las ideas de Marx, se intenta crear al hombre nuevo. Un hombre liberado de la idea de Dios, gobernado por hombres designados por los propios hombres. ¿Y qué pasó?, que estos hombres designados se agarraron al poder a costa de todo, obedeciendo al instinto ciego de supervivencia.¿Y puede decirse que en aquellas sociedades donde se implantó el modelo marxista apareció un hombre nuevo? No creo. Desde aquí, lo que se ve, después de la caída de aquellos regímenes, es corrupción.
El marxismo, que aportó cosas buenas en las sociedades en las que no alcanzó al poder, es decir, en las sociedades democráticas, no devolvió al hombre al paraíso, como se esperaba.
De todas maneras, yo creo en el hombre nuevo: un ser humano que habrá superado lo instintivo, y se habrá instalado en la razón para dirimir su vida. Un ser humano en equilibrio con la naturaleza, que vuelve a ser parte del Universo, una pequeña parte del Universo, y por tanto, un ser humano abocado a la modestia, al respeto a todo lo que le rodea, y que no olvida que tiene alma, que tiene una parte espiritual que debe estar en paz para alcanzar la plenitud. ¿Y quién sabe qué logros, del espíritu en paz, esperan al hombre?
Posiblemente, en la época del paraíso, el hombre recolector vivía, sin grandes preocupaciones, en armonía con el Universo.
Cuando, por razones que desconocemos, se rompe esta armonía, todos los factores instintivos de conservación, es decir, los factores que conlleva el instinto de supervivencia: el miedo, la ira, la agresividad, la ambición, etc., se avivan e intensifican en el individuo. El hombre, para defenderse, para sobrevivir, se hace gregario. Nace la noción de propiedad, de territorio.
El hombre deja de ser un ser natural más, que convive junto a los otros seres en el planeta, se transforma en el hombre reflexivo que conocemos. Aparece la consciencia, y también la conciencia, en el hombre. Ahora sabe lo que es el Mal, porque posiblemente ha experimentados momentos terribles, dificultades terribles para sobrevivir. Por lo tanto sabe cuando provoca sufrimiento, es decir, Mal, y cuando provoca felicidad, es decir, Bien.
Por esta posibilidad de la reflexión, el hombre es capaz de abstraerse, de verse a sí mismo desde fuera, de hacerse consciente de sí mismo. Nace el yo como referente de uno mismo.
Esto provoca un descentramiento: por un lado está el hombre; por el otro el Universo. El hombre se desvincula del Universo, hasta el punto en que no se reconoce como parte del mismo: el hombre “está” en el Universo, pero no “es” parte de ese Universo. Se pregunta: ¿Por qué estoy aquí?, y se responde que “alguien”, es decir, un Ser con las mismas características del hombre, un enorme “Yo”, crea todo, y lo crea a él, a el hombre “a su imagen y semejanza”. Obsérvese la imagen especular. ¡Todo un juego de espejos!
Es este enorme “Yo”, por encima del Bien y del Mal, quien lo ha creado, lo ha puesto en el paraíso con la misión de cuidar de éste, como un jardinero, y después, cuando el hombre toma conciencia del Mal, lo expulsa en un acto de cólera perfectamente humano.
Y el hombre, desvinculado de su razón de existir se pregunta: ¿Quién soy? ¿Por qué estoy aquí?, ¿Para qué estoy aquí? Y no es más que otra criatura más del planeta, un animal más, una bestia más.
La evidencia es negada, porque el hombre ha sido creado “a imagen y semejanza” de un Dios humanoide, y aunque, en sus estructuradas sociedades, se comporte como una bestia más, llevado por su instinto de supervivencia, no se reconoce como tal, porque Dios justifica aquellos actos. Y cuando unos humanos se imponen a otros, sometiéndolos a sus designios, (hablo de esclavitud, algo que no ha desaparecido del ámbito de lo humano), el vencedor es el elegido de Dios; es Dios quien ha decidido que sea así.
Es esta noción de la intervención divina, la que subyace en la explicación de todo el devenir histórico, hasta la aparición de las teorías marxistas. Lo que hace Marx es explicar la historia desde un punto de vista materialista: lo que mueve la historia es el capital, el dinero, y toda la historia puede entenderse aplicando este axioma. Así, la dialéctica de la historia puede ser explicada científicamente.
No es extraño que, aquella gente sojuzgada a ser siervos, por un poder que devenía de la divinidad, al contacto con estas ideas, que explicaban perfectamente el movimiento de la historia, y explicaban su propia posición en la escala social, se revelasen contra esa divinidad que los mantenía sojuzgados. De todas maneras, esto no explica la quema de iglesia que se produjo en España en el siglo XX. Debía también haber un odio enconado, contra una forma de coacción que los ataba en lo espiritual, es decir, en la posibilidad de pensar, de explicarse el mundo, al sometimiento de un poder emanado de la divinidad.
Basándose en las ideas de Marx, se intenta crear al hombre nuevo. Un hombre liberado de la idea de Dios, gobernado por hombres designados por los propios hombres. ¿Y qué pasó?, que estos hombres designados se agarraron al poder a costa de todo, obedeciendo al instinto ciego de supervivencia.¿Y puede decirse que en aquellas sociedades donde se implantó el modelo marxista apareció un hombre nuevo? No creo. Desde aquí, lo que se ve, después de la caída de aquellos regímenes, es corrupción.
El marxismo, que aportó cosas buenas en las sociedades en las que no alcanzó al poder, es decir, en las sociedades democráticas, no devolvió al hombre al paraíso, como se esperaba.
De todas maneras, yo creo en el hombre nuevo: un ser humano que habrá superado lo instintivo, y se habrá instalado en la razón para dirimir su vida. Un ser humano en equilibrio con la naturaleza, que vuelve a ser parte del Universo, una pequeña parte del Universo, y por tanto, un ser humano abocado a la modestia, al respeto a todo lo que le rodea, y que no olvida que tiene alma, que tiene una parte espiritual que debe estar en paz para alcanzar la plenitud. ¿Y quién sabe qué logros, del espíritu en paz, esperan al hombre?
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