Hablando días atrás con un amigo, éste me decía “pero Prim era Republicano, ¿no?” a lo que le respondí “no, Prim era liberal” “¿y no es lo mismo” contestó mi amigo. Ahí tuve que comenzar el consabido rollo de que los absolutistas son una cosa, los liberales otra y los republicanos una muy distinta.
Si nos situamos en el S. XIX español, nos encontraremos personajes tan deleznables como Fernando VII “El Deseado” (aunque mejor le podían haber apodado “El Indeseable”). Personajes muy en la línea del viejo despotismo ilustrado y “el estado soy yo”.
Por otro lado, los liberales, hijos tardíos de la Revolución Francesa , simplemente reclaman que la soberanía reside en el pueblo, no en la voluntad y el capricho de un monarca. Otra cosa es que estos liberales, de los cuales el más preclaro es mi convecino Jovellanos, sean producto de las Sociedades de Amigos del País y en gran medida de la masonería, pero todo tiene sus causas y su momento histórico.
Entiendo que no se debe confundir este liberalismo político con el liberalismo económico del “laissez faire-laissez passer o con el actual liberalismo del “todo está en venta”.
Prim era liberal, más no republicano. Tras su asesinato, eso sí, Amadeo de Saboya abdicó y se proclamó la 1ª República Española, aquella que duró diez meses, tuvo cuatro presidentes y lucía una bandera roja y gualda (¿de dónde habrá sacado la bandera tricolor la 2ª República?).
Pero si a uno de aquellos liberales del siglo XIX les hubiésemos mencionado el aborto, el matrimonio homosexual, el separatismo, la inmigración masiva, la tolerancia religiosa, la construcción de mezquitas o cualquiera de los desmanes que nuestros “campeones de la democracia” hoy tienen por bandera, se hubiesen echado al monte y en vez de liberales, nos parecerían realmente carcas.
¡Hay que ver cómo cambian los tiempos!
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